Defender o atacar una ley introduce al alumno en el ambiente democrático. Es muy parecida a la tesis, pero se aplica a una ley que puede ser real o ficticia. Con la propuesta de ley y su defensa o ataque se pretende que el alumno argumente, convenza a sus compañeros, respete las ideas de los demás, en suma, se eduque para la convivencia democrática.
Defensa (o Ataque) de Ley: Postura, proposición, conclusión en relación con una ley, que se defiende (o se rechaza) y mantiene con argumentos y razonamientos. Ante una propuesta de ley, el hablante intenta defenderla o rechazarla con argumentos válidos.
En la defensa (o ataque) de ley examinamos los pros y los contras de leyes verdaderas, históricas, o ficticias de una manera razonada.
Para ello utilizaremos argumentos basados en:
Ni alabaré la ley enteramente, ni censuraré lo
escrito en
todos sus aspectos. En efecto, porque elimina los actos de los
adúlteros, alabo lo establecido, pero, porque
no
aguardó el voto de los jueces condeno el método.
Sin
duda, si después de acusar a los jueces de soborno hubiera
abolido los tribunales, quedaría probado que posee una baja
opinión sobre los jueces, pero, si reconoce que juzgan
rectamente, como precisamente vosotros juzgáis,
¿cómo es justo alabar a los jueces, pero privar
de la ley
a quienes juzgan? Así pues, todas las demás
normas que
compiten abiertamente con las leyes establecidas, unas se oponen a unas
ciudades, otras coinciden con otras, únicamente la presente
ha
resultado contraria a todas las leyes. Yo creo que
examinaréis
la ley mucho más apropiadamente si juzgáis todos
los
elementos que entre vosotros forman parte de la vida
pública:
los generales, los sacerdocios y los decretos. Poco disto de decir que
todas las acciones que se llevan a cabo de modo excelente, durante la
paz o durante la guerra, absolutamente todas, experimentan el examen de
los jueces, y es general aquel a quien el encargado de juzgar
sometió a examen; es sacerdote aquel a quien el juez
sancionó, y es válido el decreto examinado por
otros;
además, las victorias de las guerras no son objeto de
honores
antes de ser juzgadas. Así pues, ¿cómo
no es
absurdo que absolutamente todos aguarden a los encargados de
examinarlos y que únicamente la presente ley
rehúse el
voto de quienes juzgan?
"Sí", dice, "pero grandes son los delitos de los adúlteros".
Y ¿qué?, ¿no son mayores los delitos de los homicidas?, ¿consideraremos a los traidores inferiores a otros?, ¿no son los saqueadores de templos peores que quienes traicionan? Y, sin embargo, el que fue sorprendido en estos delitos aguarda a quienes lo juzguen, y ni el traidor sufrió su castigo sin que el juez aportase su voto, ni al homicida le tocó en suerte perecer sin que el acusador hubiese probado el suceso, ni quienes roban los bienes de los Seres Superiores sufrieron ningún castigo hasta que estuvo a disposición de quienes juzgan reconocer ese hecho. Sin duda, es absurdo que unos delitos incurran en el mayor castigo por parte de quienes los juzgan, y que cada uno de estos delitos no pase por tal si el juez no deposita su voto, y, sin embargo, que únicamente el adúltero perezca sin ser probado como tal, al cual sería necesario juzgar antes que a los otros, en la medida en que es menos delincuente que los demás.
"¿Y qué diferencia habrá entre dar muerte a un adúltero o entregarlo a los jueces, si de ambos modos se someterá a la misma muerte?"
Tanta cuanta es la distancia que media entre el tirano y la ley, y cuanta es la diferencia de la democracia con las monarquías. Pues es propio del tirano eliminar en cada ocasión a quien quiera, mientras que de la ley lo es el dar muerte de modo justo al convicto de un delito. Y el pueblo somete a examen todos aquellos aspectos que trata al celebrar una asamblea, mientras que la monarquía castiga, pero no examina, cosas ambas que el pueblo y la ley han hecho a un tiempo por medio de su total oposición al que prefirió gobernar solo y ser tirano. Así pues, ¿cómo no so habrá diferencia entre eliminar al adúltero o entregarlo a quienes juzgan? Además, el que eliminó por su cuenta al adúltero se convierte a sí mismo en responsable del delincuente, mientras que el que lo entregó al juez hace al tribunal responsable del delincuente, y, sin duda, es mejor que sea responsable quien juzga a que lo sea el acusador. Además, quien dio muerte al adúltero por su cuenta es objetó de la sospecha de haberlo eliminado por otro motivo, mientras que quien ha procurado que lo juzgaran pareció ocuparse únicamente de lo justo.
"Sí", dice, "pero, si perece al instante, sufrirá un castigo más severo, pues, del otro modo, tendrá como ganancia el tiempo que transcurra hasta el juicio".
Lo contrario conseguirá si es juzgado. Pues con mayor angustia soportará la vida después de estos sucesos, ya que aguardar el sufrimiento es más terrible que haber sufrido, y el retraso de la pena se presenta como una prolongación del castigo. Perecerá muchas veces quien cree que va a perecer, y tendrá por más terrible la espera que el suceso, de manera que el adúltero que perece al instante no se da cuenta de que perece, la rapidez del castigo oculta su percepción. Carece de dolor la muerte que sobrevino antes de esperarla, mientras que la que muchas veces fue esperada, una vez que ha ocurrido, incrementa la magnitud del castigo con las veces que se ha esperado. Examina colocando, pues, ambas acciones una al lado de la otra: quien dio muerte por su cuenta al adúltero no convierte a nadie en testigo del castigo, mientras que el que lo entregó a los jueces convierte a muchos en observadores del juicio, y es un modo de castigo más doloroso, porque es impuesto por muchos espectadores; por otro lado, favorecerá a los adúlteros perecer secretamente, pues dejarán a la mayoría si la sospecha de que perecen por enemistad, mientras que, si el hecho es probado entre los jueces, el reo sufrirá un castigo indiscutible, de manera que habrá diferencia entre que el adúltero perezca secretamente a manos de él o que sea entregado a los jueces.
El adúltero es un ser terrible y sobrepasó todo exceso de injusticias; por lo cual, primeramente, ha de ser convicto del delito y, a continuación, ha de perecer; y es mejor que sea juzgado a que sufra el castigo antes del juicio, pues un adúltero eliminado ofrecerá más exacto el linaje de los hijos. En efecto, nadie pondrá en duda de qué padre procede un hijo si en el futuro han desaparecido los adúlteros. La injusticia es de naturaleza común; por lo cual, que también un voto común la elimine cuando se produzca, pues yo temo que, si pasa desapercibido que es un adúltero porque se le dé muerte, deje tras de sí a otros muchos como él. Pues otros imitarán a aquel del que no saben por qué motivos perece, y el hecho de que haya sido castigado no será fin, sino fundamento del delito.
En la Defensa (o Ataque) de una ley puedes utilizar muchos, muchísimos recursos. Te vamos a dar una relación no exhaustiva de éstos:
Hace poco supe de un servicio
exclusivo de Celestia Corporation. Por 22.500 dólares
Celestia transportará una cápsula del
tamaño de un barra de labios con las cenizas de una persona
a la luna y la depositará en su superficie. Dado el encanto
que tiene la luna para mí, tras saber esto, mi
imaginación se encandiló con la idea de una
porción de mi más cercana a las estrellas de lo
que he estado siempre y cubierto por el polvo de la luna por todos los
siglos.
Al lado de este romántico pensamiento estaba la etiqueta de
precio:22.500 dólares, que probablemente
aseguraría un espacio considerable entre mi
cápsula tamaño-barra de labios y la de los
demás que fueran depositados en la luna por Celestia.
Ocurre que el precio del servicio de Celestia viene a ser el
de un automóvil. Si la gente está dispuesta a
pagar ese precio por un medio de transporte,
¿cuánto más valorarán el
viaje final de sus restos? Dado el número de coches que hay
en el mundo actual, la luna puede estar en el peligro de convertirse en
el aparcamiento más grande de la tierra. Cuando uno
considera la escasez actual del espacio en las ciudades
internacionales, este peligro es inminente.
La luna pertenece a la gente de la tierra, no a las corporaciones. Las
corporaciones no se conducen por un sentido de la comunidad, y es un
desafortunado tópico de la naturaleza humana que las
acciones que se realizan para remediar un dilema ocurren
después de que ese dilema se ha convertido en una crisis.
Por consiguiente, el derecho al uso o no uso de la luna se deben
delegar a las Naciones Unidas y no a las empresas que están
interesadas únicamente en ver aumentar sus beneficios. Una
moratoria contra el desarrollo, uso, o cualquier actividad por una
empresa privada en la luna es necesaria hasta que haya una
política internacional, que beneficie a todos los ciudadanos
de la tierra y que sea desarrollada por los diferentes gobiernos del
mundo. Para ser eficaz, tal moratoria debe "morder", es decir, que
los gobiernos deben promulgar y hacer cumplir sanciones
contra las corporaciones o naciones que violen la moratoria.
Los promotores de la empresa libre discuten que la luna pertenezca a
nadie, y por consiguiente, sus recursos deben estar disponibles para la
explotación de cualquier entidad o individuo que pueda
acceder a ellos. Esta postura, sin embargo, es fácil de
rebatir. Tal idea fue empleada por las naciones europeas para dominar
sobre dos tercios del globo e introducir la esclavitud africana en
América. Después de todo, África,
India, y Asia no pertenecían a nadie, ya que eran salvajes,
según los imperialistas. Tal idea también fue
utilizada en la conquista del oeste americano durante los siglos XVIII
y XIX. Esa tierra, a pesar de la presencia de millones de nativos, no
pertenecía a nadie según la opinión de
los especuladores y de los hombres de negocios. Tal idea se ha aplicado
más recientemente a los ríos y a los
océanos de este país, muchos de los cuales
están tristemente contaminados y sin vida. Los recursos
potencialmente inestimables de las selvas tropicales tropicales ahora
aparecen tras la misma idea. Las consecuencias de esta línea
del razonamiento son obvias: una licencia para la
explotación en beneficio de algunos, la
destrucción de recursos naturales irreemplazables y de las
culturas indígenas, y un caldo de cultivo para otras
enfermedades sociales y ambientales históricas y
contemporáneas.
La luna pertenece a toda la gente. Es una parte integral de la
mitología, de la literatura, del arte, y de la
imaginación colectiva. Es decir, es parte de algunas de esas
cosas que representan lo mejor de los seres humanos. Merecemos una
vista continuada, inmaculada de nuestro un satélite. En el
futuro, cuando los niños me pregunten cuáles son
los zonas oscuras en la luna, deseo contestar, como ahora hago, los
cráteres y a los valles. No deseo tener que contestar:
“Oh, esos puntos oscuros son motones de basura”.
Aún más, no deseo encontrarme frente a esta
pregunta, “¿puedes decirme cómo era la
luna?”
(traducción libre de los Progymnasmata de Edward Pate)