Probablemente la alabanza proceda de un uso religioso, en la que el
oferente, para ganarse el favor del dios, desgrane en su
oración las virtudes innatas de la deidad.
El ejercicio del encomio puede proporcionar al alumno por una parte cierto orden a la hora de presentar los diferentes aspectos laudatorios, y por otra una ampliación de su vocabulario.
Encomio: Alabanza de una persona u objeto. Exposición que atiende sólo a las excelencias. Podemos referirnos a personas, cosas (ideas abstractas), épocas, lugares, animales, etc. Con el encomio pretendemos ensalzar, encumbrar a alguien o a algo.
Para construir un encomio necesitamos los siguientes ingredientes:
Justo es honrar a los
inventores de las cosas útiles, porque
procuraron bienes bellísimos, y la sabiduría que
de ellos emanó volverla a aplicar apropiadamente a quienes
la manifestaron. Sin duda, yo alabaré a Tucídides
prefiriendo honrarle con su propia historia. Así pues, es
hermoso que sean honrados todos los bienhechores, pero
Tucídides más que los demás en la
medida en que inventó la más hermosa de todas las
cosas, pues ni es dado conseguir algo mejor que la historia entre las
cosas existentes, ni es posible encontrar a alguien más
docto que Tucídides en lo que a la historia se refiere.
Tucídides, en efecto, procede de una tierra que le
proporcionó tanto la vida como su arte, pues no ha nacido de
otra parte, sino de donde las letras. Y, tras encontrar a Atenas como
ciudad natal, tuvo como antepasados a reyes, y de su anterior linaje
procede la parte principal de su fortuna. Así pues, tras
recibir ambas cosas, fuerza de linaje y gobierno
democrático, aporta la ganancia procedente de lo uno para la
mejora de lo otro, evitando ser rico injustamente por medio de la
igualdad de derechos y cubriendo las necesidades públicas
con la riqueza procedente de su linaje.
Tras nacer de tales antepasados se educa en la constitución y en las leyes, que se han manifestado mejores que las demás formas de gobierno, y habiendo comprendido que vivía a un tiempo para las armas y para las letras, decidió dedicarse al estudio y ser general, sin privar a su historia de los hechos bélicos y sin despojar, a su vez, a los combates de reflexión. Y, así, unifica el ejercicio de disciplinas que no corresponden a un único arte, reuniendo en uno aspectos que por naturaleza están separados. Cuando llegó a hombre, buscaba el momento oportuno para la demostración de aquello en lo que apropiadamente se ejercitó antes. Y pronto la fortuna proporcionó la guerra, y de las hazañas realizadas por todos los griegos hizo él su arte propia, y ha llegado a ser guardián de los hechos que la guerra ocasionó, pues no permitió que el tiempo ocultase las acciones que cada bando realizaba. Por lo cual, es conocida la toma de Platea, era notoria la devastación del Ática, y se daba a conocer la navegación de las costas del Peloponeso por los atenienses, Naupacto conoció los combates navales: al escribir estos hechos Tucídides no permitió que pasaran inadvertidos. Lesbos fue tomada y hasta este momento se proclama el hecho; se trabó combate con los ambraciotas y el tiempo no borró lo sucedido; no es ignorada la ilegal justicia de los lacedemonios; no pasó desapercibida la gran empresa de los atenienses, Esfacteria y Pilos; por qué los corcirenses convocan una asamblea ante Atenas y los corintios les replican; los eginetas, acusándolos, llegan a Lacedemonia, y Arquídamo se muestra prudente durante la asamblea, mientras que Esteneladas incita al combate. Y, además, Pericles desprecia la embajada de Laconia y no permite que los atenienses se irriten con él por estar enfermos. Esos sucesos son totalmente custodiados por la obra de Tucídides de una vez para siempre.
Por tanto, ¿quién comparará a Heródoto con él? Sin duda, aquél narra por placer, mientras que éste lo cuenta todo por la verdad en sí. Por consiguiente, en la medida en que el narrar por placer es inferior al narrar por la verdad en sí, en esa medida Heródoto carece de las cualidades de Tucídides.
Otros muchos elogios sería posible exponer acerca de Tucídides, si el gran número de sus alabanzas no impidiera decirlas todas.
Generalmente, el encomio es una alabanza de una persona o de una cosa. Dentro de este significado amplio hay dos tipos:
Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas.(...)
Y nos regimos liberalmente no sólo en lo relativo a
los negocios públicos, sino también en lo que se
refiere a las sospechas recíprocas sobre la vida diaria, no
tomando a mal al prójimo que obre según su gusto,
ni poniendo rostros llenos de reproche, que no son un castigo, pero si
penosos de ver. Y al tiempo que no nos estorbamos en las relaciones
privadas, no infringimos la ley en los asuntos públicos,
más que nada por un temor respetuoso, ya que obedecemos a
los que en cada ocasión desempeñan las
magistraturas y a las leyes, y de entre ellas, sobre todo a las que
están legisladas en beneficio de los que sufren la
injusticia, y a las que por su calidad de leyes no escritas, traen una
vergüenza manifiesta al que las incumple. Y además
nos hemos procurado muchos recreos del espíritu, pues
tenemos juegos y sacrificios anuales y hermosas casas particulares,
cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupaciones; y a causa del gran
número de habitantes de la ciudad, entran en ella las
riquezas de toda la tierra, y así sucede que la utilidad que
obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no
es menos real que la que obtenemos de los demás pueblos.
En lo relativo a la guerra diferimos de nuestros enemigos en lo
siguiente: tenemos la ciudad abierta a todos y nunca impedimos a nadie,
expulsando a los extranjeros, que la visite o contemple pues confiamos
no tanto en los preparativos y estratagemas como en nuestro vigor de
alma en la acción.(...) por estos motivos y por otros es
aún nuestra ciudad digna de admiración.(...)
Pues amamos la belleza con poco gasto y la sabiduría sin relajación; y utilizamos la riqueza como medio para la acción más que como motivo de jactancia, y no es vergonzoso entre nosotros confesar la pobreza, sino que lo es más el no huirla de hecho. Por otra parte, nos preocupamos a la vez de los asuntos privados y de los públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente la cosa pública; pues somos los únicos que consideramos no hombre pacifico, sino inútil, al que nada participa en ella, y además, o nos formamos un juicio propio o al menos estudiamos con exactitud los negocios públicos, no considerando las palabras daño para la acción, sino mayor daño el no enterarse previamente mediante la palabra antes de poner en obra lo que es preciso. Pues tenemos también en alto grado esta peculiaridad: ser los más audaces y reflexionar además sobre lo que emprendemos; mientras que a los otros la ignorancia les da osadía, y la reflexión, demora. Sería justo, por el contrario, considerar como los de ánimo más esforzado a aquellos que mejor conocen las cosas terribles y las agradables, y que no por ello rehuyen los peligros. Y en cuanto a nobleza de conducta, diferimos de la mayoría en que no adquirimos amigos recibiendo beneficios, sino haciéndolos.(...) Y somos los únicos que sin poner reparos hacemos beneficios no tanto por cálculo de la conveniencia como por la confianza que da la libertad.
En resumen, afirmo que la ciudad entera es la escuela de Grecia, y creo que cualquier ateniense puede lograr una personalidad completa en los más distintos aspectos y dotada de la mayor flexibilidad, y al mismo tiempo el encanto personal.(...) Fue por una ciudad así por la que murieron éstos, considerando justo, con toda nobleza, que no les fuera arrebatada, y por la que todos los que quedamos es natural que queramos sufrir penalidades.
Por estas razones me he extendido en lo relativo a la ciudad, mostrándoos que no luchamos por una cosa igual nosotros y los que no poseen a su vez nada de esto, y demostrando con pruebas la verdad del elogio de aquellos en cuyo honor hablo ahora.
Una
vez, cuando estaba en una fiesta en el centro de Manhattan,
él me estrechó la mano. Sus dedos eran tan largos
y elegantes como su nombre: Juan de Villa de Moros, una
referencia a una fortaleza antigua de Buenos Aires.
Juan está orgulloso de su ascendencia argentina. Cuando le
pregunté porqué insistía en llamarme
Eduardo, contestó: “Tienes el ritmo de un tango.
Eso es raro entre los americanos.”
El hijo de un decano de Buenos Aires y de una familia de fortuna casi
incalculable nunca pone su atención en estas cuestiones. Sin
embargo, le encanta compartir las excéntricas historias de
la familia, como la de la tía Albalis, que permite que su
perro Lippizans tome té en el patio de su chalet.
Después de casi de una década de vivir en la
cultura “Look at me!” , encontré su
actitud refrescante, innovadora, e incluso un poco sospechosa. Esta
falta de interés por la convenciones y por los privilegios
de su clase impregna su vida. Sirva la moda como ejemplo. Juan
podría ir vestido de arriba a abajo de Armani y no como va,
como un cargador, vestido con pantalón y botas de cuero.
Vista como vista, Juan es el blanco de todas las miradas. La belleza es
una droga para mí, y aunque nuestra amistad ha continuado
durante más de cinco años, cada vez que me
encuentro con él me quedo como atontada e
intoxicada por la manifiesta belleza de su código
genético.
Nuestro pelo es casi del mismo color, en alguna lugar entre el aspecto que tiene el latón envejecido y el césped en invierno, pero sus ondas recuerdan los mármoles de Miguel Ángel. Un poco más oscuro que su pelo son sus avellanados ojos verdes, parecidos a los de un tigre cuando les da la luz. Su piel es de un dorado perpetuo, que hace que sus blanquísimos dientes deslumbren mientras emergen de sus labios carnudos y sensuales. Y emergen a menudo, fácilmente, con gracia. Sobre los labios está una nariz griega perfecta : “La conseguí de una princesa Incan,” dice mientras sonríe.
Los jóvenes hermosos y atractivos son comunes, pero un hombre hermoso es difícil de encontrar. Las mujeres giran alrededor de Juan como limaduras alrededor de un imán. Excepto en los tiempos en los que andábamos o viajábamos juntos, nunca lo vi sin una bandada de al menos tres seguidoras de Victoria's Secret. “Es mi carga,” dice con falsa seriedad, ronroneando la “r” y lanzándonos un flash con su sonrisa. Nuestra amiga Gabriella opina, con su acento inimitable de Milán: “Juan es como una vela en un terraza de noche. Él no puede evitar atraer a las criaturas a su llama.”
Aunque estas cualidades pueden darle una personalidad autocomplaciente e incluso rapaz, Juan sigue siendo un caballero del viejo mundo. Aborrece cualquier tipo de servilismo, y si algo cae algo, Juan es el primero en agacharse a recogerlo y devolverlo con su sonrisa.
Tratar a los demás con condescendencia, actitud que choca con la beligerancia de muchos neoyorquinos hacia los no-americanos. Cuando se enfrenta ante este prejuicio, sonríe y gana la partida, mientras encoge sus hombros diciendo “ningún habla anglais.”
Cuando yo vivía en Manhattan y estaba cansada y harta de todo, Juan llegaba con su sonrisa y decía: “pienso que tendré que comenzar a llamarte Eduardo.”
Oigo la broma por teléfono “el e-mail es para los aficionados, Eduardo” - pero la memoria de su sonrisa y el efecto de su compañía es algo vivido.
En algunos de mis viajes he oído que nuestros amigos son el reflejo más verdadero de nosotros mismos. Espero que sea verdad.
(traducción libre de los Progymnasmata de Edward Pate)